domingo, 3 de mayo de 2015

Kenia III

"Yo tenía una granja en África al pié de las colinas de Ngong" III

¡Dios mío, que madrugón! Me despertó un zarandeo, ¿Qué pasa? ¿Por qué tan temprano? ¡¡¡Eran las 4 de la madrugada!!! Mi chico, ya fresquito y oliendo increíblemente bien, intentaba despertar al trozo de carne dormida, abotargada y atufando a recién despertada, que era yo. De un brinco intenté recomponer mi imagen en la medida de lo posible y con un movimiento de cadera picarón me metí en la ducha.

Nos dirigimos a toda velocidad hacia el lobby, donde ya estaban todos, muy británicos, tomándose un té... ¿¿un té??? ¡¡¡Yo necesito un café!!!  Sí, ya sé que eran las 5, ¡pero de la madrugada! No había café, así que me tuve que conformar con ese agua caliente en mi estómago. ¡Esto no apuntaba bien!


Nos subimos a los coches y en la oscuridad de la noche se veían las ráfagas de llamaradas que iban calentando e inflando  el globo. Nos hicieron tumbarnos en la cesta en forma de 4, dos llamaradas más y esa inmensa tela  se puso vertical.


Ya estaba amaneciendo, el globo comenzó a elevarse y a alejarse del bullicio del equipo que controlaba nuestro despegue...Y ahí empezó todo. Otro momento irrepetible, todo el mundo iba en silencio. Todos sabíamos lo que el otro estaba sintiendo. Vivir un amanecer sobrevolando la sabana, disfrutando de esas vistas, con las cebras corriendo, los ñus y los impalas pastando...Y con ese silencio en el que solo se sentía la brisa y nuestra respiración.


El día fue aclarando y de repente le vimos, majestuoso, fuerte, inalterable. El rey de la selva. Estaba devorando una cebra que acababa de capturar.


En el bullicio de ese descubrimiento el león se percató de nuestra presencia y nuestros estómagos se contrajeron por el miedo de que el globo perdiera altura. Este, gracias a Dios, no descendió y siguió su camino.


Veíamos cómo unas furgonetas iban cruzando la sabana,


hasta que nos dimos cuenta de que nos seguían a nosotros y calculando donde aterrizaríamos, se nos adelantaron y empezaron a montar algo así como un campamento.


Nosotros ensimismados con la experiencia, no nos dimos cuenta de que no era un campamento lo que estaban preparando, si no un magnífico picnic, que estuvo terminado para cuando aterrizamos.

El buffet estaba perfectamente montado con todo tipo de delicias, como si nos encontráramos en el propio hotel. Huevos, salchichas, bacon, fruta, zumos...Aunque nosotros, o sea yo, estábamos en estado de shock por el despliegue de medios, nos sentamos en una mesa larga y a la vez que degustábamos esos manjares sentías que, como tú, todos miraban de reojo a su alrededor, temiendo que apareciera alguna fiera hambrienta y te disfrutara como tú lo estabas haciendo con ese pobre bacon.

En un horizonte llano que se perdía en el infinito 360 grados a la redonda, sin poder imaginar qué era eso, se empezó a mover algo en el horizonte. No sabíamos si era una estampida o qué. Lo que no podíamos imaginar es que podían ser seres humanos viniendo de la nada, mujeres Masais que, caminando los kilómetros que fueran necesarios, llegaban hasta donde tú te encontrabas, desplegaban sus mantas y te vendían los  coloridos abalorios que habían confeccionado.




Del mismo modo en que llegaron, recogieron sus cosas y se volvieron a ir, Dios sabe dónde. Nosotros nos subimos a los vehículos, aún en éxtasis y regresamos al hotel con una amplia sonrisa en los labios....Qué experiencia.

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