domingo, 12 de julio de 2015

KENIA IV

“Yo tenía una granja en África al pié de las colinas del Ngong”IV

Después de tantas sensaciones se acabaron nuestros días en Masai Mara. Volvimos a Nairobi y nos dirigimos a una agencia para organizar nuestro trayecto hasta otro parque nacional, Amboseli,  al otro lado del país,  junto a la frontera con Tanzania.

El trayecto duraría alrededor  de 6 horas para recorrer tan solo 250 Km. La razón era la calidad de la carretera que debíamos tomar, que era de tierra y llena de baches. Creo que mis riñones no han vuelto a ser los mismos y no me extrañaría haber perdido uno de ellos en el camino. El trayecto se hizo interminable y eso que íbamos medio knockeados con el aroma de George, nuestro conductor. Un aroma corporal con el que nadie ha podido superar el título supremo de "Ô de George", pero no nos desviemos.


Cuando llevábamos más de 5 horas empezamos a notar que la superficie por donde pasaba nuestro vehículo empezaba a ser mas lisa y George nos comunicó que estábamos entrando en el parque y eso era el desierto de sal. Empezamos a ver pequeños tornados que creaban embudos de arena que daban un aspecto aún más siniestro al viaje.




Llegamos al hotel SERENA AMBOSELI, en este caso era menos colonial y más étnico. Nos instalamos y después de refrescarnos y ponernos guapos, nos fuimos a cenar. Al volver hacia los bungalows, fuimos a dar un paseo para que yo pudiera fumar. Es increíble darme cuenta hoy en día, lo enamorado que estaba mi chico, besando a la mujer cenicero que le acompañaba en ese viaje.

Llegamos hasta el final del paseo que formaban estos bungalows a derecha e izquierda y nos sentamos en un pequeño banco que allí había ante lo que imaginábamos, era parte del jardín del hotel. Digo imaginábamos porque estaba oscuro como boca de lobo.

Hablando de nuestras cosas, de repente oímos un crujido, como una rama rota o pisadas de hojas secas. Nos quedamos callados unos segundos y al no oír nada más, volvimos a nuestra conversación. De nuevo oímos otro ruido. Esta vez, cogí mi cámara e hice una foto para que saliera el flash. La sangre se nos bajó a los tobillos al identificar en esa pequeña ráfaga ¡¡¡un elefante enorme a menos de cinco metros!!!

Sin decir nada, como por telepatía, decidimos salir despacio y sin dar la espalda a esa oscuridad de donde seguía oyéndose a esa enorme mole masticar. Aún hoy no me explico cómo tuvimos la suerte de que no nos arrollase en un ataque de pánico por esa ráfaga de luz.

Esa noche nos costó bastante conciliar el sueño y por la mañana era patente en nuestras ojeras, que nadie había dormido como debía, pero esa ya es otra historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario.