domingo, 8 de mayo de 2016

CUBA II

Corren buenos tiempos para Cuba, tiempo de grandes cambios y esperemos que todos buenos. Y la señal más significativa ha sido la llegada de Obama a la isla y el concierto de los Rolling Stones, la guinda.



En mi vida he tenido la gran suerte de conocer lugares lejanos y diferentes en clima, paisaje, cultura, religión y costumbres, pero nada, y digo nada, se asemeja a lo sorprendente que es viajar en el tiempo. 




Meterte en la "máquina del tiempo" y trasladarte a mitad del siglo XX, porque es esa la descripción más fidedigna de lo que fue para mi La Habana. 





Y digo fue, porque estoy completamente segura de que nunca volverá a ser la misma, para bien y para mal. Por supuesto que será para bien en sus nuevas libertades, políticas y económicas para esa maravillosa gente, que ya era hora, pero desaparecerá la huella del pasado que se ha mantenido durante más de medio siglo intacta. 



Después de esa semana en Varadero, nos dirigimos a su capital. En este caso, teníamos reservada una habitación en el hotel Nacional, todo un clásico de la ciudad. Para que os hagáis una idea de como íbamos de equipaje, el botones que sacó nuestras maletas del taxi comento con mucha sorna: -¡Oh, se trasladan a La Habana!, jajaja.





Fue entonces cuando entramos en la máquina del tiempo. Hasta entonces, habíamos estado en un hotel estupendo, con una playa maravillosa, como tantas tiene este maravilloso planeta, pero al llegar a La Habana fue cuando descubrimos la auténtica Cuba.









Con sus extremos: sus joyas arquitectónicas, como si hubiera caído una bomba de neutrones, decadentemente maravillosa, la vida humilde de unos habitantes extrañamente felices sin nada en sus bolsillos, su música por todas las esquinas, donde tuvimos la oportunidad de disfrutar de uno de los últimos conciertos que dio Compay Segundo en el Hotel Nacional.





Sus aromas, sus "Paladares", lugares "privados" donde podías ir a comer, 





su Malecón, 







sus puros, su ron, o su mundo  Hemingway con sus lugares, como la "Bodeguita del medio", 



"El Floridita" y sus daiquiris o el hotel "Ambos mundos", donde se hospedaba, un hotel colonial encantador donde guardan intacta su habitación. Y lo mejor de todo, SU GENTE.







Después de varios días por la ciudad, descubrimos un pequeño parque con trenes y tíovivos, perfecto para entretener al "enano", harto de tanta cultura. Hicimos la cola y al llegar nuestro turno, mi marido sacó un billete de diez dólares y se lo entregó al taquillero. Este con cara de horror, nos dijo que no se admitía moneda extranjera, sólo pesos cubanos. Preguntamos dónde podíamos cambiar y nos respondieron que no permitían a los extranjeros adquirir moneda nacional. Se produjo un silencio mientras pensábamos qué hacer y cómo explicar a nuestro hijo, que ya estaba entusiasmado con todos esos "cacharrillos", que no podíamos entrar. Cuando de repente, las personas que hacían cola detrás de nosotros comenzaron a sacar sus billeteras y pagaron nuestras entradas, sin dejarnos ninguna opción a devolvérselo. Entramos y fuimos de atracción en atracción que el "enano" señalaba, recibiendo la generosidad de esa maravillosa gente que iban entregando un ticket en cada lugar en el quería subirse. En cuanto pudimos distraer a nuestro hijo, nos marchamos con nuestros corazones llenos de gratitud. Esas personas que nada tenían lo compartieron con nosotros. Aún hoy me emociono al recordarlo, nunca lo olvidaré. Adoro Cuba y su maravillosa gente.



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